ROBERTO ORTIZ TREVIÑO
Matador de toros. Nació en Monterrey, Nuevo León, el 28 de Mayo de 1943. Se presentó como novillero en la Plaza de toros México el 17 de Septiembre de 1967, con el novillo "Peregrino" de la ganadería de Milpillas. Alternó con José Luis Medina y Carlos Málaga "El Sol".
Alternativa
Fecha: 18 de Enero de 1969
Lugar: Monterrey, Nuevo León
Plaza Monumental "Lorenzo Garza"
Padrino: Manolo Martínez
Testigo: Palomo Linares
Ganadería: San Antonio de Triana
Toro: "Barreterero"
Al sexto de la tarde, de nombre "Pinocho", lo indultó.
Falleció el 2 de diciembre de 2016.
Foto: Cortesía de Sara Ortíz.
Roberto Ortiz, el verdadero `fotógrafo´ de los ruedos.
Hijo de don Roberto Ortiz Morales, reportero gráfico de profesión, dio todo de sí a lo largo de su carrera, hasta que un `cornadón´ en el corazón le obligó a retirarse: el amor de su vida, su esposa Isabel
Como una obra de arte de la fotografía, su honradez y entrega en los ruedos permanece como una imagen nítida y viva en el recuerdo y el corazón de la afición taurina regiomontana.
Algunos muchos han tenido la oportunidad de "calzarse la taleguilla` por el mero trámite de cumplir con lo preestablecido de la profesión, usted y yo lo sabemos, algunos muchos y quizás más en la actualidad, son los que se visten las ropas de torero sin siquiera asomarse a la distancia de tener la estatura para serlo.
Calzar la taleguilla, cualquiera que hasta con sobradas carnes y carencia de estética corporal, pero con parné (dinero) engrosando la cartera para tener un vestido de torear lo puede hacer. Pero además de eso, hoy en día, el "aspirina` (aspirante) o novillero le da más valor a su teléfono celular que al significado que representa la lentejuela de metal dorado en un vestido de torear.
La mañosa "conveniencia` de ser "toreros de Facebook` les permite a los chavales tener la anhelada "fama` necesaria para conquistar a cuanta "gachí` se deje impresionar, sin necesidad de "arrimarse` más que en una foto al toro.
Pero la desviación y la pobreza en los valores de formación en nuestros actuales toreros, se refleja muy claramente y los deja en evidencia cada que pisan un ruedo. Con un repertorio taurinamente muy corto, como tan larga la memoria para almacenar fotografías y la creciente lista de "followers`, es la triste realidad de los chavales que nos revela como consecuencia, la actualidad de la fiesta.
Para ser torero se ocupan muchas cosas, ser honesto, respetar la profesión, amarla, consagrarse a ella y olvidarse de lo demás; investigar, conocer de la misma, aprender su historia, su técnica, su práctica, a sentir, a vivir, disfrutar, aprender a emocionarse, a transmitir. En pocas palabras, ser y sentirse torero.
Para enfundarse en el traje de torero se tiene que serlo con toda la liturgia de la fe y en toda la extensión de la palabra, aceptando con honestidad el riesgo y la consecuencia de vestir la piel en oro, de un ser que es distinto a todos los demás, una especie de un semidios que ofrendará la vida en el ánimo de extraer de su interior toda su expresión emocional ante la muerte.
Ante la actual ausencia de estos auténticos seres, en el corazón y la memoria se acrecienta el recuerdo de quienes en tiempos idos, expusieron con honestidad la vida ante la verdad de la muerte, en aras de la consecución de sus sueños.
La admiración y el respeto de quienes vieron y vivieron en los tendidos aquellas colosales proezas, hacen que su figura se engrandezca con el paso de los años.
Tal es el caso de Roberto Ortiz "El Fotógrafo`, que siendo honesto con la profesión, dio todo de sí a lo largo de su carrera, hasta que un afortunado "cornadón` en el corazón, le diera otra razón a su vida y con esa misma honestidad y devoción con la que se inició en la fiesta, una día con gratitud, respeto y honor, se retiró para siempre de ella.
Fue Roberto Ortiz "El Fotógrafo`, como torero, un auténtico ídolo de las multitudes, nacido del pueblo, que se formó como tal, de ver vivir y convivir con los toreros. Hijo de don Roberto Ortiz Morales, el mejor fotógrafo industrial de la época y gran aficionado a los toros, afición que hizo que combinara su actividad fotográfica en compañía de su pequeño hijo de 12 años de edad, quien en aquella época ni pensaba en ser torero, pero acudía recurrentemente y hasta de mala gana, a los festejos con su padre para ayudarle a cargar con sus "avíos`.
Ahí, en el callejón de las ilusiones y en medio del ambiente de magia que sólo puede dar la fiesta de toros, el pequeño Roberto comenzó a relacionarse con la gente del toro, y calladamente, empezó a desarrollarse en él, el gusto y el "gusanito` por la fiesta brava.
Don Roberto, además de hacerse acompañar de su vástago, se aviaba de tres o cuatro cámaras, mismas que cual si fuera su "mozo de estoques`, el pequeño Roberto le cargaba en el callejón. Fue ahí donde se inició en la fotografía con los equipos de su papá, e incluso llegando a alternar con él cuando La Guadalupe y La Monterrey empalmaban fechas, convirtiéndose poco tiempo después, a la corta edad de 15 años, en fotógrafo profesional a la muerte de su padre.
En ese tiempo y ante la irreparable pérdida, el joven Roberto comenzó a trabajar junto con don Arturo García Cavazos, como corresponsal gráfico de algunos periódicos como "El Claridades`, "Ovaciones` y cubriendo la fuente taurina para "El Porvenir`, "El Tiempo` y "Más Noticias`.
Por la misma actividad periodística, Roberto comenzó a juntarse con la "flota` del toro y aunque les acompañaba al tanque o a la plaza para entrenar, el chaval no exteriorizaba su intención de querer ser torero, sentimiento que comenzó a abrigar al paso del tiempo y en privado, pues en su casa, tenía una muleta con la que comenzaba a tejer sus "Sueños de Grandeza`.
El 6 de mayo de 1962, para celebrar una novillada, la empresa de la Plaza de Toros Monterrey, echó una corrida que se había devuelto un tiempo antes, porque había sido rechazada por la autoridad: en el encierro había tres toros muy grandes y tres toros chicos, mismos que no pasaban para corrida, pero sí para novillada.
Esta sería lidiada por novilleros, uno de ellos, el tercero del cartel, muy joven y verde todavía, mientras que el primer espada era Américo Garza "Romerita`, el más toreado, e incluso en esas fechas, ya había renunciado a la alternativa. Al salir el tercero de la tarde, el novillero inexperto poco pudo hacer ante las características extraordinarias del burel, que finalmente fue desperdiciado.
Ante esta situación, Roberto comenzó a buscar en el tendido de Sol, donde todos los domingos se colocaban los aspirantes y novilleros, a uno que se lanzara de espontáneo, pues vendría el sexto de la tarde y este venía "más cachetón` que el tercero.
Al no encontrar a nadie y en función de reportero gráfico, Roberto le dice al "Torito`: "cuídame la cámara que me voy a tirar de espontáneo" y como era conocido de todos en el callejón, tomó una de las muletas de los matadores sin que nadie se diera cuenta y se "aquerenció` en uno de los burladeros.
Al salir el sexto de la tarde, un ""pavo` de don Heriberto Rodríguez de 485 kilos, la exclamación y el asombro del público fue general y ante la incapacidad técnica del espada en turno; "Romerita`, como primer espada lo comenzó a torear por indicación de la autoridad, mientras las manifestaciones a favor y en contra del público no se hicieron esperar.
En ese momento, Roberto Ortiz, con muleta en mano y a un lado del cariñosamente recordado subalterno Roque Díaz, quien no hizo ningún aspaviento por detenerlo, le salió al toro para instrumentarle 12 gloriosos muletazos, rematados soberbiamente con un molinete invertido ante la locura y frenesí de los tendidos que le gritaban "torero, torero".
El "espontáneo` de 19 años en lugar de ser detenido y para evitar cualquier otro riesgo por "el jaleo` provocado, fue "liberado` para pasar a tomar un lugar en el tendido donde el público, muerto aquel toro, lo bajó para darle la triunfal vuelta al ruedo y sacarlo a hombros de la plaza.
Don Ángel Giacoman, conocedor de la fiesta, cronista de aquel tiempo y empresario de la plaza, sentenció que para él, tres chavales nunca llegarían a ser toreros: Manuel Martínez Ancira, Sergio Salinas y Roberto Ortiz "El Fotógrafo`, pues según la "tradición`, para ser torero había que ser pobre y tener hambre, pero en Roberto había otra "hambre`: la de ser alguien en la vida.
Nada le valió y don Ángel, lo dejó "parado` tres años, mismos en los que el empresario le dio la oportunidad a casi toda la novillería local, a excepción de él y de Manolo Martínez. Ante la negativa, Roberto tuvo que emigrar a la capital a buscar, como lo hizo Martínez y muchos más, una oportunidad en "La Aurora`.
Durante 1965, Roberto Chavarría organizó una novillada en el legendario coso de Cadereyta, con toros de don Arturo G. García. En suerte, a Roberto le tocó "Campanero`, extraordinario toro que permitió una soberbia faena hecha por "El Fotógrafo`, a grado tal que para perpetuar la hazaña, se colocó en los pasillos de la plaza, una placa conmemorativa del hecho.
A partir de ahí, se dio el despegue en la carrera de "El Fotógrafo`. Primero, don Ángel cedió y le abrió las puertas en la oportunidad de un séptimo novillo en los festejos formales de la plaza titular y de ahí, Roberto se ganó la oportunidad de torear en "tercia` con Eloy Cavazos y "El Queretano`, con toros de Chucho Cabrera. Vinieron luego dos festejos más donde salió a hombros del respetable y de ahí pal real…
Luego de un "bache`, al final de su carrera novilleril, el 18 de enero de 1969 su amigo Manolo Martínez le otorga la alternativa como matador de toros con el español Sebastián Palomo Linares de testigo, ante reses de San Antonio de Triana. Aquella tarde, el sexto de nombre "Pinocho` fue indultado, luego de una faena apoteósica por el novel espada.
Con la honestidad y el valor por delante, pero también con otros toreros que acaparaban las mejores corridas y carteles en las ferias y fiestas del país, en el año de 1975, Roberto emprende el viaje a la Madre Patria, con tan mala suerte que en el invierno, al ir a esquiar, se fracturó la tibia y el peroné. Este percance fue de mayor consecuencia en el ,torero más allá de los ocho meses en los que tuvo que andar con la pierna enyesada.
Durante su recuperación, Roberto, quien días antes del accidentarse había conocido a Isabel, recibió de ella un "cornadón` en el corazón que le hizo replantear la situación y tomar con honestidad, y con valor, la difícil decisión de retirarse definitivamente del toro para consagrar su vida y entregarla totalmente a ella, al amor de su vida.
Hoy, Roberto radica con su esposa Isabel y sus tres hijos, Sara Alicia, Ana Isabel, Roberto Isaac, con sus tres nietos en Torrevieja, Alicante, España, pero en el recuerdo de quienes le vieron torear, queda imborrable la imagen de un hombre honesto y entregado que se ganó el respeto, la admiración y el reconocimiento de la afición, que como premio su labor, le paseó casi todas las tardes, luego de cada presentación en Monterrey, hasta "El Tiempo`, "Más Noticias`, "El Porvenir`, "El Norte` y luego hasta su casa en Dr. Coss y Juan Ignacio Ramón, recorriendo entre la algarabía del triunfo las calles del centro de la ciudad en hombros.
Para dimensionar la entrega y el pundonor del torero en el ruedo, y el alcance que en su momento tuvo "El Fotógrafo` en el ánimo de la afición taurina, a lo largo de su carrera de 10 años, en las que llegaría a torear alrededor de 150 festejos, el artista de pincel Roberto Cordero ha colocado a tres toreros en el mismo nivel de la historia: Juan García "Mondeño`, José Tomás y Roberto Ortiz "El Fotógrafo`.
Hoy por hoy, nuestra fiesta necesita de toreros como él, entregados, cabales, pundonorosos, auténticos, honestos… de toreros que despierten el interés y el entusiasmo en los tendidos, de toreros líderes que motiven a otros seguir sus pasos, de toreros que dejen honda huella en la afición, en el corazón y en el recuerdo, que permanece indeleble a pesar del tiempo y la distancia, como lo ha hecho en su vida de torero, Roberto Ortiz "El Fotógrafo`.