SILUETAS DEL PASADO
RAFAEL CORONA
Por Don CHAQUETAS
CUANDO sentado ante mi mesa de trabajo, preparo la máquina “typewriter” y las cuartillas de papel, para escribir alguna reminiscencia histórico-taurina, no siempre tengo en la memoria las personalidades idas. En ocasiones, pero solamente ocasiones, recuerdo a los nuestros, a los que nacieron bajo este cielo y durante su existencia convivieron nuestras costumbres, tradiciones, placeres y penalidades.
Y parece que me conminan, y que me acechan el momento propicio para decirme: “Fuimos los que despertamos e hicimos germinar en ti el cariño hacia la tauromaquia. Los que prácticamente, aunque fuese por el contraste, te enseñamos los preceptos que teóricamente aprendías. Las primeras personalidades artísticas que sujetaste a tu incipiente criterio de crítico. Humildes, acatamos tus fallos: estuvimos casi reverentes, no tachándolos de primerizos y, por lo tanto, de dudosos e injustos. No obstante estos lazos que contigo tenemos, no escribes unas líneas, no das unas plumadas para que nuestros nombres queden en las páginas de la Historia. ¡Eres ingrato!”
“Esquivas el que nos conozcan porque te sonrojas de todo lo nuestro, hasta del modo que tuvimos para vestir nuestros humildes y mal forjados ternos de luces. ¡Eres vanidoso! Crees ciegamente en las hazañas de los lidiadores hispanos, únicamente porque te las relatan en historias novelescas y nebulosas, no recuerdas las nuestras, que presenciaste. Llegas hasta a dudar y casi negar lo que tú mismo miraste. ¡Eres iluso!”
“No tuvimos la fortuna de que los aficionados de nuestra época se hicieran escritores taurómacos, y que alguno formara antología para perpetuar nuestros nombres. Uno hispano, tomó a su cargo tal tarea, no por la mira de perpetuar nuestra memoria, no por el noble impulso del cariño, sino por el afán de lucrar. Fue erróneamente informado y como no tenía por finalidad justipreciarnos, no se dió la molestia de comprobar los datos. Así escribió aquel libraco, disparatado y plagado de errores, que tituló “AMERICA TAURINA”.
“¡El autor cómo se habrá reído de ustedes! Reído, porque ha llenado su bolsillo con monedas obtenidas especulando con vuestro descuido. Con vuestra incuria, que impidió hiciérais bien, lo que mal hecho fue. Y aún no es subsanada la falta.
“Escribe prescindiendo de vanidades. Aún lo más humilde, merece que se forme su historia. Preferimos que nuestras deficiencias sean conocidas con precisión, a que se las muestre de modo exagerado”.
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Existe justicia en éstas suposiciones que hago, atribuyéndolas a los lidiadores mexicanos que ejercieron con anterioridad a la reconquista taurómaca de los lidiadores españoles. Me propongo dar algunas noticias verídicas, acerca de los antiguos toreros mexicanos, y comienzo mi tarea con uno de los más antiguos: RAFAEL CORONA.
Nació en Morelia, en 1852, en una finca llamada “Quinta Grande”, por el rumbo del pintoresco pueblecillo de “San Pedro”.
Miembro de familia humilde, Corona, después de imperfectos estudios de instrucción primaria, fue dedicado al aprendizaje de la carpintería. Luego de haber estado algún tiempo en los talleres, desertó porque no estaba conforme con el salario.
Deseaba obtener mayores rendimientos, con el afán, de proporcionar a su madre, originaria de San Luis Potosí, algunas comodidades. Contaba diez y seis años de edad, cuando tomó tal resolución, es decir, que tal hecho acaeció en 1868, poco después de terminada la guerra de Intervención y estando en crisis la fiesta de los toros, tanto por los acontecimientos políticos ocurridos, como por los deseos que de suprimirla tenía el benemérito Presidente de la República, Don Benito Juárez.
A pesar de todas las obstrucciones, Corona se mantenla en algunos de los Estados, especialmente en dos del Centro: San Luis Potosí y Zacatecas, en donde ya había toreado como aficionado en algunas corridas.
En Zacatecas se incorporó a la cuadrilla de toreros que encabezaba Lino Zamora, entonces prestigiado en todo el país y considerado como una notabilidad. Corona estuvo durante dos años, actuando como banderillero en esa cuadrilla, al lado del después funestamente célebre Braulio Díaz.
Después se transladó a Morelia, declarándose espada y comenzando con esa categoría a torear en las corridas celebradas en la citada población. Las aptitudes que tenía el novel lidiador se acrecentaron con la práctica y pronto fue solicitado para torear en otras poblaciones, no solamente de Michoacán, sino de Guanajuato y Puebla. En Zacatecas, estuvo toreando también, año por año, en substitución del ya extinto Zamora.
Con toreros michoacanos formó su cuadrilla. El lugar de segundo espada correspondió a Isidoro Gómez, apodado “Patolito”, aludiendo al color rojo del terno de luces, por cierto nada coruscante, que siempre lucía en las corridas. Casi siempre Gómez no desempeñaba la tarea de estoquear, era simplemente un “segundo espada de imaginaria”, porque solamente estoqueaba en caso de accidente de Corona, quien, habitualmente, estoqueaba los cuatro o cinco toros, que en aquella época formaban una corrida.
Como banderilleros tenía a Juan Gudiño, el predilecto, que siempre estuvo al lado de Corona. "Únicamente unos meses residió Gudiño en el Distrito Federal, atraído por el deseo de conocer la metrópoli y torear en las corridas de toros que hubo en la plaza de “El Huizachal”. Fue esto en el año de 1885 y figuró en la cuadrilla del espada Francisco Gómez “El Chiclanero”, que entonces toreó la temporada de corridas invernales.
Los otros banderilleros fueron Ramón Pérez, Felipe Martínez, Jesús Resendis y el queretano Agapito Escogido. Picadores, Trinidad Gudiño, padre del citado Juan, y Eulogio Figueroa. También Figueroa estuvo actuando en las plazas de toros del Distrito Federal. En la de “El Paseo”, sufrió una cogida y tremenda herida en el muslo izquierdo, en la corrida del día nueve de octubre de 1887.
Frecuentemente se agregaban con el carácter de picadores a la cuadrilla de Corona los vaqueros de las haciendas de “La Goleta” y de “La Huerta”, que llevaban los toros para las corridas. Esa costumbre era muy generalizada entre los espadas mexicanos. En México, los vaqueros de “Atenco”, eran improvisados picadores. En San Luis Potosí, los de “Guanamé” o de la de “El Jaral", A quien fuese buen caballista, le consideraban apto para ser picador de toros.
Corona logró cimentar su reputación no solamente en Michoacán, sino en buena porción de los otros Estados ya citados, Era el preferido para que torease en las corridas de feria celebradas en las poblaciones de alguna importancia. Toreando en la de Zacapu (Michoacán) sufrió la primera herida de importancia. Fue una cornada grande, en el brazo izquierdo, al banderillear y lo atendió el doctor Luna, residente en la población mencionada.
Otro percance sangriento, también de gravedad, lo sufrió en Morelia. Una cornada en la ingle derecha. Le atendió el reputado cirujano moreliano don Francisco Iturbide. Únicamente éstas, fueron las ocasiones en las que los toros le pegaron con dureza.
Corona toreaba anualmente de cuarenta a cincuenta corridas. El mayor número en la plaza de toros de Morelia. Allí era el “torero de taquilla”, el qué atraía a los concurrentes. Por esto lo solicitaban todos los empresarios, igualmente los incidentales que los permanentes, cual eran los señores Sámano. También en ocasiones, Corona se convertía en empresario.
El lidiador moreliano no tenía allí, en su terruño, competidor posible, todos quedaban derrotados. Alternó con Ponciano Díaz y los aplausos fueron para Corona. Igual aconteció cuando lo hizo con toreros españoles, como Gómez “El Chiclanero”, “Rebujina”, Antonio Sánchez “El Nuevo Tato” y otros. El provincialismo, el chovinismo, hacía que siempre los morelianos sobrepusieran al paisano, fuese quien fuese y tuviese la nombradía que tuviese, quien le disputaba los aplausos.
Tan unánimes eran el cariño y la popularidad de Corona, que una compañía manufacturera de cigarrillos, para acreditar una de sus marcas, la tituló “Cigarros Corona”, engalanando las cajetillas con el retrato del famoso lidiador. ¿Correspondía artísticamente Corona a esa predilección? Si. Era un buen torero, atendiendo a su época y a los gustos imperantes en el medio donde desarrollaba su actividad. Para justipreciar a los que adquieren popularidad y nombradía hay que ajustarles al molde de su tiempo, porque resultan pequeños, poniéndoles en otro.
Corona no era inferior a Nolasco Acosta, Abraham Parra, Felícitos Mejías, Francisco Núñez, Refugio Sánchez, Francisco Díaz, Ponciano Díaz, y demás espadas mexicanos de aquella época.
Y no sólo eso, sino que podía sostener ventajosa comparación con algunos lidiadores hispanos. Corona era buen torero, siguiendo el estilo implantado por Gaviño y continuado por Sóstenes Avila, González “La Monja”, Toribio Peralta, Lino Zamora, Francisco Vela y otros. Valiente, pero desgarbado, sin preocuparse por el donaire y la gallardía. Descuidando en absoluto la belleza lineal, hoy tan justamente reclamada. Hacía con el capote algunos lances, que forzando mucho pudieran actualmente llamarse “verónicas”. Igualmente algunos de “farol” y de “suerte de espaldas”. No practicaba la “navarra”. Entraba a los “quites” atropelladamente, de modo imprevisto y sin cuidar de lo que no fuese el salvamento del picador o de la cabalgadura. Colocábase bien en el redondel. No puede regateársele que conocía la índole de los toros. Banderilleaba al “cuarteo”, también desaliñado, aproximándose mucho al “sobaquillo”, pero siempre con prontitud. Toreaba con la muleta únicamente por alto, y con pases ayudados. Las faenas eran suficientes y adecuadas para el estilo de estoquear.
Wsperar a los toros: no irse a ellos. Por tanto, no era indispensable que el toro estuviera “cuadrado”. La estocada era de “mete y saca”, hundiendo el estoque algo debajo de los “rubios”.
La evolución taurómaca, el modernismo, que comenzó a entronizarse en el gusto del público, hizo que decayera la fama de Corona y se fuera limitando su radio de acción
Dejó de actuar en plazas de primera categoría, acaparadas ya por buenos diestros españoles, takes como “Cuatrodedos”, “Lagartija”, “El Ecijano”, y algún otro.
Ya en plena decadencia toreó hasta el año de 1839. Entonces enfermó gravemente de una pulmonía, y apenas convaleciente fue a torear las corridas de “feria” en la ciudad de Moroleón. Sufrió allí una cogida relativa importancia.
Continuó sin torear dos años y murió de tuberculosis, en Morelia, en 1895.
Esta es a grandes rasgos la silueta de uno de los antiguos y prestigiados toreros mexicanos.
Corona estuvo en los redondeles 23 años, fungiendo 21 de matador.
DON CHAQUETAS.
El Universal Taurino.
12 de junio de 1923.
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