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domingo, 26 de marzo de 2017

ANGEL ADAME

Han transcurrido muchos años y ante los ojos atónitos del simpático viejecito, las transformaciones del tiempo que ha traído entre otras cosas y otras costumbres, se han sucedido sin interrupción desde su época.
Ya la ciudad de México no es aquella que él conoció, con sus calandrias de lujo, sus  farolones en las esquinas, sus mujeres arrastrando adustos vestidos sobre los embanquetados y los varones con sus levitas cruzadas y sus sorbetes.
Ya la calle de Plateros no lleva ese nombre ni tiene ese aspecto soñador de antaño; ahora el olor a gasolina marea y descompone, y hay tanta profusión de luz, que a veces el transeúnte se deslumbra. Las caras bonitas pasan dentro de los “Buicks”, los  “Mercedes” o los “Lincolns”, y si aún reparten sus sonrisas como antes, se necesita tener una vista de águila para poder advertirlas.
Todo está tan cambiado que el viejecito se asombra cuando hace sus comparaciones y recuerda sus días de juventud.
Antes, cuando él era torero, la cosa era distinta fuera y dentro de la plaza. Había una, la del Huizachal, donde obtuvo grandes triunfos. En esa plaza la gente se agolpaba en las puertas y como todos querían entrar primero para no perderse detalle alguno, había golpes y solía haber cuchilladas.
¡Ah! ¡Y qué toros aquellos y qué toreros los de entonces!
Los picadores picaban en caballos de siete cuartas, gordos y de buena clase, y había algunos que picaban con varas de carrizo. Y hasta se cuenta, como una leyenda romántica, que había uno de nombre Piedad, que era tan valiente y tenía tanta fuerza, que picaba pie a tierra. Picaban a pie, a caballo, en pelo o con silla, y usaban unas puyas no tan grandes como las de hoy.
Y para esos picadores la forma de consumar la suerte era siempre la clásica: ahormaban a fuerza de repetir la suerte, la cabeza de la fiera y entregaban ésta al matador, en condiciones de que la pudiera “capear”.
Por otra parte, los revisteros de entonces, solían escribir al final de sus reseñas: “Muertos habidos en esta corrida:

Caballos….......................... 14
Toros……….......................    6
Toreros..............................    1
Total de animales muertos. 21

¡Ah! ¡Qué tiempos aquellos, qué hermosos tiempos, tiempos románticos, sencillos e ingenuos, que no han de volver…!

EN DONDE SE TRATA DE DON ANGEL ADAME, QUE MATABA RECIBIENDO, DE RODILLAS
Una mañana, “Verduguillo” me invitó, Se trataba de un almuerzo campestre que debíamos tomar en Jamaica, lugar pintoresco cercano a la capital. A él lo habían invitado también, pero con tanta insistencia y tanto cariño, que no podía dejar de concurrir.
Yo acepté el convite y fuimos a Jamaica, a una casita limpia y llena de flores.
Un viejecito fuerte aún no obstante los inviernos que carga en la alforja de su vida, vino a recibirnos ceremonioso y contento.
-Pasen, pasen ustedes. Mucho gusto señor “Verduguillo”…
Algunas otras personas invitadas también, cambiaron con nosotros el saludo, después de las presentaciones de rigor.
Pero volvamos a nuestro viejecito. Se llama Angel Adame y en sus años mozos fue torero, un torero valiente que cautivó a las muchedumbres con sus arrestos temerarios y un jinete estupendo.
Tomamos un poco de coñac. Después vinieron las sencillas viandas y el pulquito de apio, sabroso y mareador, y a los postres, la plática de don Angel Adame, una plática amena, espontánea y con esa diafanidad del lenguaje campirano.
-“Yo tuve la desgracia de quedar huérfano siendo muy niño –comienza diciéndonos-. Pero la providencia, que no desampara nunca, hizo que fuera yo protegido por Juan Corona, famoso picador en su tiempo, quien me tomó tanto cariño que para él no era yo un huérfano sino un hijo.
A la casa iban diariamente muchos toreros, se platicaba de toros y en repetidas veces mi protector me llevó a las encerronas.
Poco a poco fui encariñándome con la afición, que todavía tengo, y prosigue: Andando el tiempo ingresé a la cuadrilla de Bernardo Gaviño en calidad de banderillero, y mi debut lo hice en la plaza de Tlalnepantla. Gaviño fue un segundo padre para mí –agrega el viejecito, en cuyas pupilas pasa una ráfaga de alegría-. Después toreé en la plaza del Huizachal, por aquel entonces de las más importantes, y como a veces me ponía yo medroso, don Bernardo se colocaba tras de mí a la hora en que citaba para banderillear, y me empujaba al toro.
Don Angel habla con claridad, pausadamente, haciendo reminiscencia de fechas y de nombres. Nos cuenta de sus triunfos sin omitir detalle, nos presenta de cuerpo entero a don Bernardo Gaviño, a Ponciano Díaz, a Valentín Zavala. Nosotros lo escuchamos con atención, casi con respeto.
-Después- nos dice con cierta satisfacción- me hice matador y era mi especialidad consumar la suerte de recibir, rodilla en tierra.
-Tal era mi afición, tan grande así –prosigue- que a mi peculio construí una placita aquí en Jamaica, formando mi cuadrilla con Abraham Parra y Andrés Fontela.
En mi placita obtuve muchos triunfos y llegué a tener un partido grande, po lo que el empresario de la Plaza de Colón me contrató y alterné allí con Valentín Zavala.
Mi última corrida la toreé en Pachuca alternando con “El Niño” y fueron los banderilleros Pedro Cadena, Carlos Sánchez, Emeterio Garnica y Pancho Hernández. Como picadores, Piedad García y Salomé Reyes.
Es tal la satisfacción que se nota en el arrugado semblante del viejecito, al pronunciar estos nombres de gente menuda célebre en su época, que creemos que está pensando que vive aún en el año 82.
¡Si a veces no vinieran los recuerdos a nuestra memoria, no sabríamos hacer distinción de los tiempos y viviríamos una vida insípida!

LA ANÉCDOTA DE DON ANGEL ADAME, LAS TRIPAS DE SU PICADOR EN LOS CUERNOS DE UN TORO, MUCHO PANICO Y AL FINAL… UNA ESTOCADA HASTA LA BOLA
-Cierta vez fuimos a torear a Tulancingo y entre mi cuadrilla llevaba yo a un picador de nombre Antonio Hernández, que siempre salía borracho a la plaza. Ya en distintas veces le había yo reñido, pero podía más el aguardiente que mi autoridad…
Antonio tenía por costumbre que cuando el toro lo desmontaba haciéndole morder el polvo con caballo y todo, repetía la suerte en pelo. Esa tarde lo vi tan borracho y al toro con tanto poder, que me acerqué y le advertí del peligro. Y lo que yo presentía sucedió. El toro empujó con tanto coraje que derribó al picador. Se levantó éste, quitó la montura, se quedó en pelo y desafió otra vez al toro. El toro, que era muy bravo y de mucha codicia, le acometió otra vez y otra vez lo derribó, pero ya en el suelo picador y caballo, no hizo por éste, sino que acometió al pobre Antonio y le dio tan formidable cornada, que del ruedo fue llevado a la enfermería bien muerto. 
-Yo recibí una impresión brutal y no me pude dar cuenta de todos los detalles. Me retiré a la “valla” y allí permanecí hasta que tocaron a muerte. Y fui al toro, le di los tres pases que se estilaban entonces y cuando ya estaba cuadrado eché la mano hacia adelante para dar la estocada, pero en los momentos en que iba a arrancarme sobre él, advertí que en sus cuernos llevaba las tripas ensangrentadas del infeliz Antonio.
No sé lo que sentí –agrega don Angel-. Mis piernas se aflojaron, mi vista se ofuscó y por momentos creí que me desplomaría frente a la jeta del toro, pero… afortunadamente no sufrí el desmayo; me repuse y pude matar al asesino de una certera estocada hasta la bola.
Parece que todavía oigo la ovación –nos dice con  orgullo.
Habíamos estado muy contentos. Las atenciones con que se nos distinguió habían hecho crecer nuestra simpatía por el viejecito ex-torero.
Nos despedimos para tomar nuestro tranvía.
El viejecito, desde la puerta de su casa, nos saludaba con el sombrero en mano,
Ya en el tren, con muy buen humor, íbamos comentando los siguientes versos para el picador Juan Corona, el protector de don Angel Adame. Esos versos, que en su época se cantaron con una música popular, los encontramos escritos en un viejo papel, con letras defectuosas de imprenta y dicen:

“El valiente Juan Corona
el de la vara de otate
aunque la fiera lo mate
deja sin moña al picar

Ya no pasa por la Aduana
porque allí está la pelona…
En gloria esté y descanse
la pata de Juan Corona.”

Los versos aluden a la “pata” del picador Corona, que había quedado cojo a consecuencia de una cornada.

HOMBRES Y COSAS DEL PASADO.
Por Puyazos.
"Toros y Deportes" del 6 de octubre de 1925.

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