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miércoles, 24 de marzo de 2010

PEDRO NOLASCO ACOSTA


PEDRO NOLASCO ACOSTA

Matador de toros. 
Nació en San Luis Potosí, San Luis Potosí, el 31 de enero de 1837.

Alternativa
Fecha: 1 de Junio de 1890
Lugar: San Luis Potosí, San Luis Potosí
Padrino: Ponciano Díaz.
Testigo: ¿?
Ganadería: ¿?

Falleció en San Luis Potosí el 3 de noviembre de 1914.

SILUETAS DEL PASADO
PEDRO NOLASCO ACOSTA

A uno de “El Montecillo”, S. L. P.
INMEDIATAMENTE que fueron publicados los artículos que SOLARES TACUBAC escribió referentes a Ponciano Díaz, recibimos una carta, solicitando que el escrito, taurómaco potosino hiciera igual refiriéndose al espada Nolasco Acosta. 
La carta era anónima, firmada por “UNO DE “EL MONTECILLO”, indicando que es nativo o habitante de l: barriada que así nombran en la ciudad de San Luis Potosí el que hacía la petición. “Don Chaquetas” ha escrito la “Silueta” de Nolasco Acosta, tanto para complacer al incógnito solicitante como por ya corresponder hacerla, porque han sido personalidades de nuestras “siluetas”, lidiadores que tienes menores merecimientos que el potosino.

XXX

Hay popularidades imperecederas, que se imponen hasta la Muerte. Quienes las engendran las disfrutan no solamente mientras que viven, sino cuando ya materialmente no son porque el recuerdo hace que sean nombrados en las tradiciones, en las conversaciones, en los escritos, en lo, fastos y en las desgracias del pueblo donde vivieron.
Rafael Molina “Lagartijo”, allá en Córdoba, y Pedro Nolasco Acosta, aquí en San Luis Potosí, tuvieron esa clase de popularidad, de grande intensidad y de inconmensurable duración. Han muerto hace años y todavía por recuerdo diariamente, y por los motivos más insignificantes, hasta por las trivialidades, son nombrados por los cordobeses y los potosinos.
Si hay un festejo tauromáquico, en los comentarios se alude a los que hubo en la época cuando aquellos populares lidiadores vivían. Si se habla de una ocurrencia graciosa, recuérdase el gracejo de aquéllos. Si una desgracia general afligiese recuerdan los medios que ellos pusieron para disminuir o remediar otra semejante, y se les tributa elogio de gratitud.
En todo inmiscuyen su nombre. ¡Estando muertos, viven! ¡Agítanse entre la popularidad, cual si su ánima hubiérase, multiplicado o fragmentado, para repartirse en múltiples cuerpos!
¿Por qué esa persistente vitalidad espiritual? Porque vivientes fueron la personificación de las costumbres, de las cualidades, de los dichos de la multitud de sus conterráneos, y en todos los momentos y los hechos la simbolizaron.
Los merecimientos que como artistas hayan tenido, contribuyen en mucho a esta perdurable popularidad, pero no la provocan en su parte esencial. Otros artistas, pueden igualar y aún superar en mérito artístico y no la obtienen. “Guerrita”, no ha podido borrar del ánima cordobesa el fanatismo por “Lagartijo”. Lo mismo acontece respecto a Nolasco Acosta, habrá toreros potosinos muy superiores a él, pero no conseguirán en el alma potosina mayor cariño.
-“¿Qué hizo para merecer tan inmarcesible laurel?”- preguntará el lector.
-Lo relataré en esta “silueta”. Para que merezca el calificativo, para que sea un esbozo, no estará profusa en fechas y detalles, sino solamente llevará los indispensables. 

XXX

Hacia el año de 1851 o 1852, no es posible fijar exactamente porque ni el mismo Nolasco Acosta sabía con entera precisión la fecha, nació en una de las casas que hubo en la calle principal de “Tequisquiapam”, en la ciudad de San Luis Potosí. Esa avenida es ahora elegante, ornada por los palacetes de acaudalados potosinos, pero en aquellas fechas era humildísima.
Vástago de familia pobre, por lo referente a la madre, que era oriunda de la ranchería de “El Tanquecito”, no acontecía igual relativamente al padre. Murmurábase que el progenitor era un personaje adinerado y que desempeñó importante cargo político local durante la época gubernativa de Maximiliano de Hapsburgo, cuando la ciudad potosina estuvo guarnecida por la tropa imperialista del General don Tomás Mejía. 
La diferencia de clase social de los progenitores, hizo que la paternidad estuviera oculta, por acatar a las preocupaciones y conveniencias. El niño Nolasco Acosta, no fue debidamente educado e instruido. Imperfectamente aprendió a leer, escribir y contar, lo que hacía con extremada torpeza.
La necesidad de atender prestamente a su sustento y al de la madre, hizo que apenas teniendo doce años ingresara como cotidiano asistente a la casa matadero de reses, donde ayudando a las faenas burdas de sacrificarlas, ganábase algunos reales.
Allí, tuvo oportunidad para dar los primeros pasos en el oficio de torero, sorteando a las que eran bravías. Llamaba la atención aquel rapazuelo, por su gallarda apostura y por su valentía, enfrentándose, no obstante su poca edad, con reses grandes y de presencia imponente.
Las cualidades citadas, granjeáronle simpatía y tuvo la predilección, para que entrase a la cuadrilla de toreros que actuaba en la plaza de toros que había por el sitio llamado “Calzada de Guadalupe” o de “El Santuario”. Encabezaba a esa cuadrilla, un lidiador guanajuatense, Francisco Vela. Ese fue el primer maestro taurómaco que tuvo Nolasco.
Luego, continuó al lado de los hermanos Núñez - Cosme y Juan (padre) y terminó el aprendizaje aleccionado por un lidiador mexicano del Distrito Federal, llamado SOSTENES AVILA, de los tres renombrados hermanos Avila, todos toreros, que actuaron en las plazas de toros que estuvieron en la calle de “Necatitlán”, en la “Alameda” y en “San Pablo”.
Sóstenes, ya en edad avanzada, fue a vivir a San Luis Potosí. Allá murió, amparado por el que era su discípulo y tenía para él, por gratitud, toda clase de consideraciones. El jovenzuelo ya daba manifestaciones de la nobleza de sentimientos, que hizo le apreciaran en la ciudad potosina.

XXX

Un español llamado don Diego González Lavín, compró y reconstruyó la plaza de toros que designaban de “El Montecillo”, porque estaba en la plazuela de esta barriada. Curioso edificio tauromáquico del que hablaré en algún otro artículo, porque allá se desarrollaron sucesos, que recordarán con agrado los aficionados potosinos, y serán curiosos para los de otras regiones.
A la plaza de toros de “El Montecillo”, trasladáronse las cuadrillas que estaban en la de “El Santuario”, y con ellas Nolasco Acosta. Ya era banderillero, y cuando la cuadrilla de Lino Zamora actuó en la citada plaza, dando una serie de corridas, el torero potosino tuvo sitio entre la hueste del zacatecano. 
Terminada la tarea de Lino en San Luis, Nolasco Acosta emigró acompañando a sus nuevos camaradas, teniendo íntima amistad con uno, nombrado Abraham Parra, guanajuatense. Nolasco Acosta hacía de él, elogios, diciendo que era excelente rehiletero. La expedición artística tuvo brevedad para el potosino, porque las súplicas de su madre hicieron que regresara, acompañando a Zamora hasta el pueblecillo de “Jaumave”, en Tamaulipas. 
Ya en el terruño, toreó al lado de Bernardo Gaviño, que dió algunas corridas con Toribio Peralta “La Galuza”, lidiador mexicano del Distrito Federal, y con Jesús Villegas “El Curro”, moreliano que se hizo torero en los redondeles españoles y era el mejor de los que aquí actuaban, el de más conocimientos, por haber estado con “Curro Cúchares”. 
En esas corridas celebradas entre los años de 1870 a 1874, Nolasco Acosta estoqueó algunos toros, cedidos para complacer a petición de los concurrentes. González Lavín aprovechando esta simpatía le hizo espada permanente, que sustituyera a Juan Núñez (padre), ya anciano. 
La plaza de toros de “El Montecillo” y González Lavín, fueron los primeros impulsores de Nolasco Acosta. Los ocasionales de que comenzara el cariño y la popularidad que le otorgaron sus conterráneos.

XXX

Nolasco Acosta era en el año de 1874, un mozo garrido, de veinte y tres años. Con hermosa cara varonil, de color blanco, bigote rubio y ojos azules. Tipo completamente diferente del aborigen y semejante al hispano.
Usaba magnífica ropa de calle, al estilo “charro” de aquí. Cabalgaba en brioso caballo retinto y presentábase en los sitios públicos de reunión, en la “Alameda” y en “El Santuario”. Aquella exhibición que hacía, le granjeaba mayor popularidad. Inconscientemente, sin saberlo, imitaba a “El Tato” y a “Frascuelo”, espadas españoles que eran prototipos de la majeza torera.
Marchaban en auge los negocios del lidiador. Tenía una importante carnicería en una esquina de la plaza de “San Francisco”, titulada “El Gran Cairo”. Ya no era el rapazuelo que ganaba miserable jornal, sino el introductor de ganado, que tenía pingues utilidades.
A su lado, en la misma ocupación, con el carácter de empleado, hallábase Inés Hernández “El Cuarte”, también torero. Los dos lidiadores eran nueva representación de Orestes y Pilades, porque fueron inseparables y siempre se ayudaban.

XXX

La cuadrilla que entonces toreaba en la plaza de toros de “El Montecillo”, tenía el siguiente personal: Espada, único: Nolasco Acosta. Banderilleros: Inés Hernández “El Cuate”, Juan Núñez (hijo), Ignacio Núñez, hermano del anterior, Domingo Muñoz y Manuel Soriano. Picadores: José María Ramírez, de mote “La Monita”, y Antonio García. Había el aditamento ridículo que tenían las cuadrillas de toreros mexicanos: el payaso. En algunos momentos, éste convertía a la fiesta taurómaca en bufonada. El payaso de la de allí, llamábase Bartolo, y era adecuado para desempeñar su papel.
Con aquellos compañeros, indiscutiblemente valerosos, y también diestros en el estilo de torear que entonces imperaba y agradaba, lidiaba Nolasco Acosta, casi todos los domingos -exceptuando los dos' próximamente cercanos a la Semana Santa- los toros de la ganadería de “Guanamé”, de donde provenía generalmente el ganado de lidia aceptado. Excepcionalmente, venía de las vacadas de “Poetillos”, “Rancho de Bocas”, “El Jaral”, “Bledos” y “La Laguna del Blanquillo.”

XXX

Los toros de “Guanamé” eran notables, por su corpulencia, trapío irreprochable, y en la mayoría, bastante bravos.  Toros hechos, con cinco o seis años, poderosos, que hacían la pelea en un redondel pequeño y eran picados con puyas chicas, no con las enormes que hoy son reglamentarias.
En aquellas corridas no había las escrupulosidades artísticas que en las actuales, pero causaban intensa emotividad, porque era clarividente el peligro, y la valentía para afrontarlo conscientemente, porque aquellos toreros no eran bobos, que no se percataran del riesgo que corrían.
Ni tampoco eran torpes, que confiaran únicamente en la casualidad, para salir avantes. Tenían destreza, y esto queda comprobado, inconcusamente, con el hecho de que los percances eran escasos, no acontecían uno y otro día, sino que se presentaban en lapsos de tiempo muy prolongados. Tres páginas luctuosas, tres únicamente, tiene la plaza de toros de “El Montecillo”, en el tiempo en que estuvo en servicio, durante veinte y cuatro años. Un banderillero, “El Cuate”, y dos picadores, “La Monita” y Anastasio Bravo.

XXX

“El Cuate” e Ignacio Núñez, fueron dos excelentes peones de brega. Resistentes, incansables, conocedores de la índole de los toros, valientes, y que sabían ayudar con eficacia. Igualmente eran dos banderilleros hábiles, que cuarteando, o a la media vuelta, clavaban prontamente los garapullos. Juan Núñez no llegaba a esa destreza, pero “tapaba el hueco”, cumplía. Muñoz y Soriano, eran los adocenados, los que únicamente servían de comparsas. “El Cuate”, hacía algunas suertes de adorno, de las que traen alegría y variedad a la brega. Daba magistralmente “el salto al trascuerno” y “recortaba” también con maestría, a “cuerpo escotero” (sin llevar en las manos el capote) para clavar en la frente del toro una pequeña banderilla, en la forma de una rosa. ¡Ya quisieran muchos de los actuales torerritos bullangeros y adornaditos hacer ese lance, para el que es necesario valor, agilidad y vista! Ignacio, “galleaba” con el capote sobre la espalda. Banderilleaba muy bien en toda clase de lances (a excepción del de “quebrar”, no porque no hubiera podido hacerlo, sino porque no tenía noticia de tal suerte). En ocasiones, clavaba banderillas excesivamente pequeñas, casi era la suerte de “parchear”.
De los picadores, “La Monita”, era un hércules. Excelente caballista, valiente y duro para las caídas. que eran tremendas. García, aunque menos robusto, tenía iguales condiciones que su compañero. ¡Aquellos dos picadores, eran suficientes para picar los cinco toros!
Hacían esos lidiadores -de los que algunos aficionados ahora se mofan, sin haber apreciado lo que fueron- hazañas que no realizan los actuales. Una, de las sonadas, fue lidiar una corrida completa, únicamente tres toreros de a pie: Nolasco Acosta, “El Cuate” e Ignacio Núñez, acompañados de los dos picadores. Fue esa corrida el día quince de septiembre de 1875. Y una corrida de reses bravas, duras, pujantes (…) costó la vida a Ramírez “La Monita” (…)  porque el segundo de los toros (…) o dar tremenda caída, de las “latiguillo” y le desnucó.

XXX

Nolasco Acosta, estaba en consonancia con sus camaradas. Valiente, conocedor de las condiciones de los toros, sabiendo en cuál terreno había de torearlos, pero enteramente desaliñado, sin cuidar de la estética. Veroniqueaba con  capotazos toscos e incompletos. Hacía de modo igual los lances de “a la aragonesa” y de “farol.” Adornábase recortando y poniendo al terminar la mano sobre el testuz y dando la voz, diciendo: “¡Ahora, becerro!” Hacía los quites precipitadamente. Con la muleta, también burdo, dando el pase por alto y el ayudado (entonces llamado (“pase cambiado”). No intentando ni el “natural,” ni el de “pecho.”- Estoqueando, el golpe de “mete y saca”, en los “bajos”, en el cuello, originando casi siempre derrame sanguíneo. Haciendo imperfectísima la suerte de “recibir”, no marchando hacia el toro. Torero, completamente chapado a la antigua “escuela mexicana.”
Intencionalmente he dejado para el final decir cómo banderilleaba. “Cuarteando” era un maestro. Lo hacía por ambos lados (derecho e izquierdo), andando pausadamente hasta el sitio debido, dejándose ver del toro, midiendo concienzudamente el terreno. “Paraba”, “cuadraba”, “levantava los brazos” y, con la vista fija en el morrillo, colocaba los rehiletes, dejando juntos los arpones y enhiestos los palos, porque eran pares castigando. En la suerte de banderillas al cuarteo, Nolasco Acosta tenía majestuosa belleza y notable destreza. ¡Si todos los lances de la brega los hubiera practicado como el de banderillear al “cuarteo”, hubiera sido notabilidad, digna de rivalizar con los renombrados!

XXX

Con ese estilo de torear, Nolasco Acosta estuvo reinante, apoderado del público potosino, hasta en el año de 1886. Antes, en el de 1882, estuvieron en la plaza de toros potosina Ponciano Díaz, Francisco Gómez “El Chiclanero” y Francisco Jiménez “Rebujina”, pero no hicieron con su estilo artístico alguna mella en la preponderancia del potosino. “Rebujina”, estaba incipiente en el oficio. “El Chiclanero” toreó una sola corrida, en la que estuvo desafortunado. Ponciano, igualmente toreó una sola vez.
La tempestad, los nubarrones, formáronse en 1886, con la llegada de Manuel Díaz Laví “El Habanero”. El fue quien comenzó la tarea de que los aficionados potosinos apreciaran la delicadeza de la factura en el arte de torear. Entonces comenzaron a distinguirse entre uno y otro estilo, y vinieron los partidarios adversos para el lidiador aborigen.
Estos le dieron con sus críticas, un tanto acerbas, disgustos, precisamente más intensos porque no estaba acostumbrado a ser censurado. Por esa causa nació en el cerebro de Nolasco Acosta, la prudente idea de retirarse del redondel y ceder, antes que los revolucionarios taurómacos lo destronaran violentamente. Proceder pleno, no de cobardía, sino de cordura y dignidad personal y profesional.
El mismo fue escatimándose las corridas v llevando, como empresario a los lidiadores hispanos, que eran los reformadores. El contrató a Joaquín Artau, a Cayetano Leal “Pepe-Illo”, a “Cuatrodedos”, a Manuel Comecho “El Espartero de Valencia”, a Manuel Hermosilla y a muchos más. Los aficionados potosinos debieron al mismo que criticaban, que les hiciera conocer a los que habían de ser los modelos que le presentaran justificando la crítica. 
Esta conducta evitó que los potosinos le menospreciaran y le retiraran su cariño, que le fue atestiguado muchos años después, cuando en 1905, dieron en su beneficio una corrida, que fue acontecimiento tauromáquico y será recordado en los faustos de la tauromaquia potosina.

XXX

Fue corrida de polendas, que por ser en beneficio y homenaje a Nolasco Acosta organizó el “Centro Taurino” y motivó se reuniera en la plaza de toros toda la sociedad potosina, afectos y desafectos a a la fiesta brava. La torearon en competencia artística, disputándose un premio, Francisco González “Faico”, Diego Rodríguez “Silverio Chico”, Manuel Lavín “Esparterito”, Baldomero Sánchez “Guerrilla” y Manuel Pérez “Vito.” El beneficiado, Nolasco Acosta, vistió por última vez el traje de luces, para estoquear (sin entrar al concurso) a un novillo. ¡Y no estuvo cobarde el anciano torero, aún conservaba su valentía!
Esta fue la última página Nolasco Acosta, que las demás que escribió antes y después de retirarse del redondel, las que consistían en su bondad y altruismo como particular, como amigo y como hijo de San Luis, no terminaron sino con su fallecimiento.

XXX

Nolasco Acosta fue apreciado por los potosinos, no solamente por sus merecimientos taurómacos, pues al él fue debido en gran parte el sostenimiento de la fiesta de toros, en la que invirtió todo su dinero (el capital que hizo en negocio de otra índole) construyendo plazas de toros y siendo empresario sin reparar en riesgo de pérdidas por excesivos gastos. Fue estimado igualmente, porque era bondadoso, caritativo y religioso. Mostrando en todas ocasiones estar de acuerdo con las nobles ideas del pueblo potosino.
Nolasco Acosta, era el primero en contribuir para remediar las necesidades, igualmente de algún particular arruinado, que de una asociación que pidiera su concurso, su bolsillo estaba abierto para el pobre. Hacía, sin fanatismo, culto a las imágenes veneradas. Y exponía su vida, aún afuera del redondel, para salvar las de otros. Ejemplo de uno de estos altruismos, da una de las ilustraciones de este artículo, en la que evitó perecieran una dama y dos pequeñuelos, que ocupaban un carruaje, que arrastraban caballos desenfrenados. 
Murió el popular lidiador en los primeros días de noviembre de 1915, agobiado por antigua dolencia, de carácter canceroso.
Estuvo en el oficio de torero, desde el año de 1864 hasta 1891, cuando Ponciano Díaz, recientemente llegado de España, le concedió la alternativa. ¡Veinte y cuatro años! ¡Y falleció pobre! Hoy, se retiran después de cinco o seis y se llevan no solamente algunos millares de pesos, sino uno o dos millones.
Antes toreaban por obtener popularidad, renombre. Hoy por mercantilismo, por dinero. Exactamente juzgaron don Pascual Millán y “El Bachiller” González de Rivera, cuando afirmaron que el verdadero tipo psicológico del lidiador de toros ya no existe. Ha pasado a la Historia.

DON CHAQUETAS.
El Universal Taurino.
10 de julio de 1923.

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