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miércoles, 24 de marzo de 2010

TIMOTEO RODRIGUEZ

Matador de toros. 
Nació en León, Guanajuato, en 1860.

Alternativa
Fecha: 3 de Junio de 1894.
Lugar: México
Plaza de toros Mixcoac
Padrino: Francisco Villegas "Naranjito"
Testigo: Mano a mano
Ganadería: San Diego de los Padres

Falleció el 14 de marzo de 1895 en Durango a causa de una cornada que le dió un toro de la ganadería de Guatimapé cuatro días antes.

SILUETAS DEL PASADO
TIMOTEO RODRÍGUEZ
Por Don CHAQUETAS

ALLA, “en la hermosa tierra de las lindas hembras corvas dulces'' - según en metonimia nombró el zumbón de “Varetazo”, a la ciudad de San Luis Potosí- cursando el año de 1884, llegó una compañía de funámbulos,  dirigida por el famoso don Toribio Rea.
Celebridad funambulesca, por la habilidad que tenía para, según decían, imitar a la perfección a los individuos de la tribu salvaje de indios comanches. Rea, vistiendo traje de carácter, consistente en taparrabo, de multicolores plumas, turbante con iguales adornos, desnudo el torso, las piernas y brazos, pintarrajeado el rostro, con línea de amarillo, rojo y negro, daba estridentes alaridos, descomunales saltos y hacía notable y rara equitación en un caballo sin arreos, completamente libre,  disparando a la vez, aunque de mentirijillas, tremendos flechazos, con dardos de embotada punta.
Aquel número funambulesco, provocaba la admiración de los sencillos concurrentes masculinos; hacía palidecer a las del otro sexo y asustaba a los nenes. ¡Era un “comanche” muy “auténtico” Don Toribio!
En esa compañía de acróbatas, que jefe tan notable tenía, había uno que igualmente destacábase por su figura y sus habilidades. Era de mediana estatura, pero de complexión marcadamente vigorosa, denotándolo por el amplio tórax, los musculosos brazos con pronunciados bíceps, los resistentes muslos con tendones salientes y los redondos jarretes, sobre los que se afirmaba como en dos columnas hercúleas. Broncíneo el rostro, con facciones duras. Cerdoso y escaso bigote. Nariz un tanto aquilina. Ojos con fosco mirar. Cabellera de hirsuta pelambre, que únicamente en los días de exhibición artística, sufría el tormento del peine y el cepillo y la caricia de la pomada. Aquel acróbata, era un tipo raro y atrayente.
Así como Don Toribio se lucía en el acto del “comanche”, nuestro hombre, además de los volantines estupendos que realizaba en el “trampolín”, escuchaba los aplausos fungiendo de torero en una pantomima titulada “El Monte Parnaso”, donde representaban a las musas, dos o tres hembras cirqueros, que, pálidas por el miedo, estaban únicamente defendidas de las acometidas de un becerrete recortado de pitones, por la valentía y pericia torera del acróbata. Aquel acróbata y valiente, era Timoteo Rodríguez.
Así fue la iniciación tauromáquica del protagonista de esta “silueta”, del que fue luego matador de toros, con alguna popularidad y nombradía.

X X X

¿En dónde y en qué año había nacido? Nadie lo sabía. Alguien colocaba su cuna en Mazatlán y otros afirmaban que en Sonora. En cuanto a la edad, representaba la de veinticinco a treinta años, pero tal pudiera no ser la efectiva, porque sabido es lo que disimulan los años los rasgos fisonómicos y pertinaz color negro del pelo en los individuos de la raza india. Sonorense o mazatleca, se tantos o cuantos años, son datos cuya carencia no hace mella en la integridad histórica de esta página.

XXX
  
Terminada la serie de “soirées”  que en la vetusta plaza de toros “El Montecillo” dio la Compañía de Don Toribio Rea, no hubo quien por espacio de algunos días recordase al  “cirquero-torero”. 
Suponíase que se había marchado en compañía de sus camaradas. Pero no fue así, porque permaneció en San Luis, retenido por la  inesperada enfermedad de la que entonces era su esposa, una de aquellas “musas taurómaco-cirqueras”.

XXX

“La necesidad carece de ley”, dice un adagio, y Timoteo, obligado por esa necesidad imperiosa de comer y tener habitación,  recurrió a convertir en profesión permanente la que hasta entonces había sido incidental. Hombre de pelo en pecho, al que lo mismo daba morir despernancándose en un salto mortal. que despanzurrado por un Guanamé, resolvió hacerse torero profesional.
Para el efecto, fue a conferenciar con el espada Nolasco Acosta y solicitó le admitiese en su cuadrilla. El lidiador potosino, de por sí bondadoso y además, comprendiendo la urgencia del caso, estuvo anuente. Sorprendidos quedaron los aficionados potosinos al mirar que en las corridas de toros siguientes a la actuación de la Compañía Rea, figuraba en la Cuadrilla Potosina, aquel cirquero al que tanto habían ovacionado, cuando daba los enormes saltos trampolinescos. Benévolos los potosinos, tomáronle simpatía y nadie criticó su faena taurómaca, excesivamente limitada y modesta, ciñéndose únicamente a los capotazos que daban aquellos lidiadores llamados muy gráficamente, “arrastradores”, porque obligaban a los toros mansurrones, abantos y recelosos para la “suerte de varas”, toreándolos con el capote y llevándolos engañados hasta sobre el caballo. ¡Originales prácticas taurómacas de aquellas épocas! Si hoy fuesen ejecutadas con entera franqueza, con todo descaro, provocarían tremenda tremolina. Entonces no surgía la más mínima protesta. La ignorancia tauromáquica, era la garantía de aquellas costumbres,
Pero bien pronto, Timoteo no se avino a ese secundario papel. La retribución para los que banderilleaban era mayor. “El Cuete” (Inés Hernández) y los dos hermanos Núñez, (Juan e Ignacio), se ganaban en cada corrida, por banderillear uno o dos toros, sus quince o veinte pesos. ¡Qué sueldos tan  opulentos! ¿Verdad que tienen semejanza con los actuales? -y Timoteo tenía necesidad de igual cantidad o aún mayor, porque el médico y la farmacia costaban demasiado. Otra vez lo del adagio citado y hete aquí al “cirquero-torero” ya convertido en remedo de un Armilla o de un Regaterín. No tenía la destreza de sus acompañantes, que eran realmente buenos rehileteros, especialmente Ignacio, pero había igual valentía y.... ¡con ella ¡suplía! Banderilleó primero, haciendo la suerte de “la media vuelta”, y luego de los primeros escarceos, en los que hubo algunos consejos que le dieron los compañeros, ejecutó el par “al cuarteo”. Basto, completamente sin aliño, únicamente pronto, sin tardar sino uno o dos minutos. Aquellos rehileteros, sin grandes conocimientos toreros, sin pretensiones, siempre “encontraban toro”, no en todos los sitios del redondel, pero sí en los medios, porque su costumbre, su modo habitual de banderillear era practicándolo “con los terrenos cambiados”, lo: que en la actualidad se llama “dentro hacia afuera”.

XXX

Ya dije que no había preocupación' por la “línea”, pero procuraban el adorno en la parte preliminar del lance, Tenían modo originalísimo de lograrlo. Consistía en que, estando ya a la mitad del “viaje”, girar el banderillero sobre sus talones y dar una vuelta completa. Hacer, llevando los rehiletes en las manos, un “molinete”. A esta pirueta, se le llamaba la “media vuelta”, y la ponían en ejecución a petición del público. Ese Juan Núñez a quien antes mencioné, era un “estilista” en tan estrafalario adorno.
Pero a lo estrafalario, Timoteo le dio “quince y raya”. Reemplazó la “media vuelta” con una machincuepa, para la que empujábase reciamente con los piés en el duro piso del coso, que en este caso, substituía a la flexible tabla del trampolín. ¡Era un grandioso maromero, aquel improvisado lidiador! Escuchar el grito unánime de los concurrentes: ¡Canario … Canario!... la machincuepa!... ”y darla Timoteo, todo era uno.
Le habían adjudicado el alias pajarero de “El Canario”, aludiendo al color del terno que vestía: amarillo pajizo, con adornos en seda negra. Un terno, que justificadamente no podía ser calificado de “luces” porque en verdad, ningunas despedía. ¡Así era de viejo!

XXX

Pero si extravagante fue en el adorno, mayor extravagancia tuvo en el modo que imaginó para ensayarse a practicar la suerte de “saltar con la garrocha”.
Los aficionados potosinos conocían el lance únicamente por las descripciones leídas en tratados de tauromaquia, y deseaban verlo en la práctica. Figuráronse que ninguno más apropiado que Timoteo “El Canario”, para satisfacer a su deseo. Uno, que tenía oportunidades para conversar con él, allá en la casa del espada Nolasco Acosta, se hizo portavoz y lo propuso al “cirquero-torero”.
Escuchó la solicitud con entera buena voluntad y prometió complacer, luego de haber ensayado. Hizo el ensayo, tomando para actor principal que reemplazase al toro bravo a un pacífico asno, a un pollino aburrido, macilento, que no tenía fortaleza ni para mover las orejas. En un mesón que había en las cercanías de la ciudad púsose ahíto de “saltar con la garrocha” a tan tremendo, nervioso y rápido adversario. Dos días después, llevó en la plaza de toros a la realidad la suerte, intentándola con un “Guanamé”, grande como castillo, bravo como “jabato” “y ligero como centella. El resultado fue ridículo y afortunadamente no fue desastroso. “El Canario” citó... arrancó... elevóse magistralmente, pero.... No hizo la elevación con la oportunidad requerida y calló sobre el pescuezo del “Guanamé”, que aunque se revolvió buscando el bulto, no logró engancharle, por el oportuno quite de un compañero. “El Canario” demostró en tal suceso ser lo que era: Buen volatinero, pero no buen lidiador de toros, porque… “no supo ver llegar”, requisito indispensable para el éxito de todo trance taurómaco.

XXX

Después de algunos meses de lo acontecido, fallecida la esposa de Tiburcio se ausentó de San Luis, diciendo al despedirse: “que volvía a su primer oficio de cirquero y marchaba a incorporarse a sus camaradas de la “Compañía Rea”. Pero el gusanillo de la afición taurómaca ya había tomado domicilio en su espíritu, porque no hizo tal.
Continuó toreando en las poblaciones fronterizas, pero ya declarándose de sí, por sí y ante sí, todo un matador de toros. A fin de llenar su cometido, envió a San Luis por muletas y estoques, que el buen Nolasco Acosta (al que titulaba en sus cartas Querido Maestro) no tuvo inconveniente en facilitarle. Así pertrechado, continuó la jira taurómaca, por ciudades y poblachos. De “tumbo en tumbo”, vino a llegar hasta el Distrito Federal, hasta aquella Plaza de toros provisional que levantaron en el pueblecito de Mixcoac, en el año de 1894, Habían, por lo tanto, durado las aventuras tauromáquicas de “El Canario”, unos diez años. Reputábase ya matador de toros “hecho y derecho”, y tenía completamente olvidado el trampolín.
En la citada plaza se presentó “El Canario” para lidiar una novillada. El tiempo no había modificado el estilo tauromáquico de Timoteo.  Era el mismo desgarbado, aunque valiente y conociendo más a fondo la índole de los contrincantes. En la suerte de estoquear, única que no había practicado en San Luis Potosí, mostraba relativa seguridad y daba tremendos estoconazos en lo alto, y dejando el estoque, esto es, “a la española”, no de “mete y saca” como lo había visto hacer al que él llamaba su maestro. 

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En la misma novillada en Mixcoac, hizo su presentación con el carácter de “banderillear a caballo”, la señora María Aguirre de Rodríguez, alias “La Charrita Mexicana”.
Era la segunda esposa de Timoteo, que siempre elegía a hembras que tuvieran igual oficio que él, aunque para ello necesitasen poseer espíritu varonil. “La Charrita” era mujer guapa, no solamente por la figura, sino por la valentía. (Excelente caballista, manejaba la  cabalgadura con destreza y donaire innegables y la llevaba a terrenos de compromiso, para lancear al estilo Ponciano Díaz: clavar en el morrillo de los toros pares de rehiletes con facilidad igual a la que tendría zurciendo un par de calcetines. ¡Una verdadera presea, para Timoteo!

XXX

Pocos meses después, en el mes de marzo del siguiente -1885- Timoteo murió en Durango, a consecuencia de la herida que recibió toreando en una corrida celebrada para beneficio de la Señora Aguirre de Rodríguez.
Se lidiaban toros de la ganadería duranguense de “Guatimapé”, entonces afamada. El segundo cogió a Timoteo al rematar un quite que hizo al picador José María Mota, (padre del actual, que tiene igual nombre). Sufrió el espada una herida de diez centímetros de extensión en el tercio medio de la cara externa de la pierna derecha. El Doctor don Ambrosio Sánchez, dijo en el parte facultativo, que tal lesión solamente tenía mediana gravedad, pero sobrevino una infección que se le aumentó a grado tal que tres días después concluyó con la vida del torero. Fue el percance el domingo diez, y murió el catorce a las ocho y treinta minutos de la noche.
¿Descuido en las curaciones? ¿Microbio desconocido de virulencia extraordinaria? ¡Misterio! José Ponce, en Lima... Timoteo Rodríguez, en Durango... Ernesto Pastor, en Madrid... y tantos y tantos lidiadores, que han sucumbido por causa, de lesiones en apariencia insignificantes,
La cuadrilla que acompañaba a Timoteo era: Banderilleros: Manuel Vargas “El Perdigón”, Tomás Vieyra, Pedro Cadena y Francisco Aguirre “El Gallito”. Picadores: José María Mota, Manuel Berriozábal y Juan Pérez.
En las cuatro corridas toreadas en Durango, habían ganado $2,003.42 centavos.

DON CHAQUETAS
El Universal Taurino.
19 de junio de 1923.



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