Por Miguel Angel García.
Publicado en el diario ESTO del 10 de febrero de 2004.
De una y mil historias esta tejida nuestra fiesta de toros. Algunas son de éxitos, pero otras conllevan lo agridulce de la vida, sinsabores que no nos abandonan. Atrás del cortijo "El Caminante" hay una historia llena de dramatismo. Se trata de un novillero que dejaba a su familia para ir en busca de una quimera en el toreo y convertirse en figura, pero sólo encontró maltrato, cansancios, hambres y al final un trágico desenlace.
Corría el año de 1932, el 22 de noviembre en Coatzacoalcos, Veracruz (México), llegaba a este mundo Félix Ochoa Vázquez, personaje principal de esta historia. A la edad de tres años, huérfano de padre y madre, en los brazos de un tío, por cierto de oficio peluquero, Félix tendría que abandonar su lugar de origen y así llega a la capital. El chaval pasaría sus años de infancia aprendiendo la alta peluquería, oficio que años más tarde le daría también para comer. Una ocasión cuando niño, terminando de barrer los cabellos de la clientela, su tío lo lleva a una corrida de toros donde actuaba José Laurentino "Joselillo" y ahí Félix quedó inoculado por la pasión de la torería, su sueño y su cruz.
Por los años anduvo recorriendo la legua, aunque por desgracia el muchacho fue etiquetado como torero humilde de la fiesta brava; entre tantos caminos, uno lo llevó con la mujer que sería su compañera de toda la vida, se casó a los 20 años con la señora Isabel Gallardo, con la que procrearía 5 varones y 4 mujeres. Al igual que el matador Amado Ramírez "El Loco", Félix tuvo la escuela del desaparecido Alberto Cosío "El Patatero", banderillero de la gran figura mundial, Rodolfo Gaona; no obstante sus ganas de sobresalir en la torería, ésta era dura y en ocasiones peor, nunca bajó la guardia y anduvo toreando en ferias y novenarios por diferentes partes de la República, sin importar el tipo de ganado que le echaran.
Así, con ambos oficios, peluquero y torero, se olvidó del primero y con ello hizo sufrir a su familia, puesto que del segundo no salía ni para que él comiera. Dejando pues, a su familia en ocasiones sin el pan de cada día y empeñado cada día más en su sueño taurino, Félix se dedica a tocar puertas de las empresas pidiendo oportunidad de torear, pero sólo encuentra negativas. Es entonces cuando decide realizar una caminata a pie de México a Monterrey en compañía de un amigo, Carmelo Linares, con el fin de llamar la atención del empresario César Garza, quien iniciaba una temporada de novilladas en la ciudad regia y pidiéndole a través de este esfuerzo una oportunidad para torear. La Basílica de Guadalupe fue el punto de partida. Escuchan misa y al final, a caminar. Y así comienza su peregrinar hacia el norte, con avíos al hombro y una manta alusiva que decía, "Félix y Carmelo, a pie 1000 kms México-Monterrey". Para eso, un joven estudiante de periodismo, Fernando Zaragoza, se adelantaba al poblado siguiente con el fin de que las autoridades les expidieran una constancia de su paso por esos lugares, escrito y firmado por la autoridad, la que a su vez pedía a los cuerpos policíacos y militares, así como a toda la población en general, les prestaran toda clase de facilidades y apoyo para que los toreros pudieran llegar a su destino.
En una de tantas anécdotas, una vez que no les firmaron el dichoso documento a punto estuvieron de perder la vida; esto sucedió en el tramo de San Juan del Río, en el poblado de Cañadas. Fueron aprehendidos por un grupo de campesinos que los confundieron con abigeos, gracias a la pronta intervención de la policía los campesinos los dejaron libres, pero bien asustados.
La segunda semana de caminata, cuando cruzaban la tierra del maestro Fermín Rivera, en San Luis Potosí, la prensa local se ocupa de ellos dando constancia que la caminata era de verdad y que la afición de estos andarines toreros se vería recompensada con la oportunidad de torear que según les daría el empresario de Monterrey. Por ahí en un tramo de Matehuala ambos desfallecen de agotamiento, la Cruz Roja y varios pobladores los auxilian; ese día recibieron alojamiento y alimentos para luego retomar el camino. La parte más crítica, según cuentan, fue cuando cruzaron Saltillo, ya que el clima de ese lugar es demasiado caluroso, afortunadamente reciben muestras de apoyo en ese lugar de la gente y taurinos, manifestándoles sus buenos deseos. La temporada en Monterrey avanzaba y la preocupación crecía. Un jueves por la mañana ven asomar el cerro de la Silla, por la tarde hacen su arribo, llegan al palacio municipal para que les acrediten su llegada y luego con los diversos medios de comunicación, quienes los acogen. El domingo siguiente se presentan temprano a las afueras de la plaza con su inseparable manta, la afición les brindó un caluroso recibimiento y les aseguró que el empresario los pondrá a torear, ese día también observan el festejo desde las tribunas; al término el empresario los cita al día siguiente en sus oficinas y les da la fecha de su presentación: "En quince días torean, mientras se reponen físicamente", les dice el Señor Garza.
Así pues, con mil ilusiones los novilleros comienzan a prepararse taurina y físicamente entrenando todos los días, desgraciadamente a la siguiente semana se enteran por los periódicos que el empresario da por terminada la temporada de novilladas sin ninguna explicación para estos humildes de la fiesta, cortando de tajo con sus sueños, ilusiones, esfuerzo y afición, pero no con la vergüenza torera que dejaron día a día en la carretera.
Finalmente el 24 de julio de 1978 a la edad de 49 años, Félix sufre un trágico accidente automovilístico. Fue de regreso a esta capital en el tramo Jilotepec-Estado de México, lugar que años antes lo vio pasar rumbo a un sueño que nunca consiguió, ahora lo despedía de esta vida. Viajaba en un camión de pasajeros cuando en el carril contrario explotó una pipa de gas, el fuego alcanzó al autobús y quemó a todos los pasajeros. Félix, tras cinco días de luchar por su vida, murió un 29 de julio de 1978 a los 49 años, en la Cruz Verde del Distrito Federal, a causa de las quemaduras. Del otro caminante ya jamás se supo nada.
En memoria de Félix Ochoa Vázquez sus hijos construyeron un cortijo en Apan, estado de Hidalgo, que lleva por nombre "El Caminante".
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