Sigue el furor taurino.
Hemos sido informados que dentro de pocos días se verificará una corrida de toros en la plaza del Paseo, lidiándose bichos de la ganadería del Fresno para la cuadrilla de jóvenes mexicanos que capitanea un novel espada, Rafael Calderón de la Barca; y cuya cuadrilla ha trabajado últimamante en los Estados del interior con muy buen éxito.
Periódico El Diario del Hogar del 18 de mayo de 1887.
Plaza de toros del Paseo.
Expléndida corrida para el jueves 9 de junio de 1887.
Cuadrilla de la ciudad de León. Primer espada Rafael Calderón de la Barca.
Si el tiempo lo permite á las cuatro en punto se lidiarán 4 toros á muerte de la ganadería de Cieneguilla, un embolado con monedas en la frente para los aficionados y cuatro toros para coleadero que estarán á disposición del público.
Periódico El Tiempo del 9 de junio de 1887.
Aficionado mexicano, que al frente de una cuadrilla de jóvenes, toreaba en 1887, matando y banderilleando, esto a caballo, con mucho arte y general aplauso.
Leopoldo Vázquez, América Taurina, 1898.
Casi simultáneamente con los Niños Toreros arribó a la metrópoli otra cuadrilla titulada de Jóvenes Leoneses Toreros. Ese grupo ha de ser considerado predecesor legítimos de las cuadrillas que años después organizaron en León el banderillero español Antonio Antúnes, alias “Tobalo” y el también banderillero hispano Saturnino Frutos “Ojitos”.
En la Plaza “El Paseo” torearon una novillada –no becerrada—en la tarde del 31 de mayo. El conjunto de la cuadrilla fracasó. Solamente fue aplaudido el espada Rafael Calderón de la Barca. El torerito era de buena presencia, valiente y nada torpe. Igualmente que “El Gallito”, ofrecía madera de buen lidiador, era embrión de torero que podía desarrollarse y llegar a lozanía.
Así lo comprendió el espada aborigen Ponciano Díaz y le tomó a su cargo, haciéndolo entrar a su cuadrilla en calidad de banderillero.
Por ser valiente el mozalbete, no se arredró ante los toros corpulentos que lidiaba la cuadrilla de Ponciano, en la plaza de “Bucareli”. Prestamente, Calderón de la Barca se habituó a los torazos. Estaba en algunas corridas como banderillero el excelente Manuel Mejías “Bienvenida” –abuelo por línea paterna de los contemporáneos espadas españoles de apellido Mejías y de apodo “Bienvenida”, Pepe y Antonio--, quien cuidaba paternalmente al neófito. Igualmente hacía el veterano Carlos López, alias “El Manchado”, banderillero mexicano.
Con estos dos mentores y a la vez guardianes, Calderón de la Barca no tuvo percances, fue desarrollándose artísticamente y también en lo corporal con el transcurso de los meses, llegando a estar garrido, ágil y pleno de facultades. Se formó un peculiar modo de banderillear, que era un hibridismo entre las suertes de cuartear y la de a topa carnero, una manera muy emotiva por ser muy riesgosa. Motivaba que los espectadores se levantaran del asiento y se pusieran en pie, temerosos que Calderón de la Barca fuese cogido y tuviera grave cornada. Después surgía la ovación, premiando la destreza del banderillero.
Iniciaba la suerte de igual manera que la de cuartear, pero “consentía” al toro caminando pausadamente –andándole y dejándose ver--. De esa manera, forzaba al burel a que hiciera fuerte acometida. Cuando el toro arrancaba, Calderón se detenía, se paraba en la trayectoria de su marcha. Impávido aguantaba, haciendo únicamente hacia atrás una de las piernas –casi siempre la derecha--. De esa manera, ponía el cuerpo en escorzo –algo perfilado, no completamente.
Esa postura era la que esquivaba el hachazo y por consiguiente, el percance, muy grave. UN MOMENTO DE INDECISION, UNA TORPEZA EN LOS MOVIMIENTOS Y EL AUDAZ REHILETERO HUBIERA ESTADO PERDIDO. Su modo de banderillear era intuitivo, muy semejante al que había tenido en España aquel famoso rehiletero nombrado Angel López, de apodo “REGATERO” (de quien en diminutivo heredó el apodo Victoriano Recatero –no Regatero—“Regaterín”). Era asombroso el peculiar modo de banderillear que tenía Calderón de la Barca.
Por esa singularidad promovió las discusiones entre los críticos de entonces (algunos, mejores que los actuales; permítaseme la inmodestia para elogiar a los entonces mis coetáneos y amigos). Tuvieron polémica el docto de pseudónimo “Joseíto” (don José María Quijano, potosino, estudiante de Medicina), y don Antonio Calvo –también no ignaro en asuntos de técnica tauromáquica--, escritor por agrado, pues era capitalista, propietario de fincas urbanas.
Después de varios artículos –enteramente corteses—llegaron en convenir en que Rafael Calderón de la Barca banderilleaba “aguantando”, o sea en lance semejante a la suerte de estoquear que han denominado así. Yo no me adhiero ni rechazó la designación hecha por mis amigos.
Años después, hubo un banderillero –también leonés--, que fue copia de Rafael Calderón de la Barca en lo relativo al modo de banderillear. Ese rehiletero, que estuvo en la cuadrilla de Rodolfo Gaona, fue Pascual Ferro. Creyendo en el espiritismo y por ende en la reencarnación de las almas, probablemente en Pascual Ferro reencarnó el buen banderillero Rafael Calderón de la Barca.
Así como Gaona estimó a su conterráneo Ferro, Ponciano Díaz tuvo predilección por Calderón de la Barca. Cuando regresó de España el espada aborigen, Rafael fue llamado a la ciudad de La Habana para que estuviera en la corrida que en esa población, toreó el diestro mexicano. Calderón de la Barca no hizo desairado contraste al lado de Saturnino Frutos “Ojitos”, y éste conversaba asombrado del modo de banderillear que tenía el joven leonés. Cuando Ponciano se cortó la coleta, Calderón de la Barca se retiró a su ciudad natal. Entiendo –-no estoy seguro--, que años después falleció allí.
Roque Solares Tacubac, Mis Recuerdos Taurómacos.
Revista La Lidia, #31, del 25 de junio de 1943.
Hemos sido informados que dentro de pocos días se verificará una corrida de toros en la plaza del Paseo, lidiándose bichos de la ganadería del Fresno para la cuadrilla de jóvenes mexicanos que capitanea un novel espada, Rafael Calderón de la Barca; y cuya cuadrilla ha trabajado últimamante en los Estados del interior con muy buen éxito.
Periódico El Diario del Hogar del 18 de mayo de 1887.
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Plaza de toros del Paseo.
Expléndida corrida para el jueves 9 de junio de 1887.
Cuadrilla de la ciudad de León. Primer espada Rafael Calderón de la Barca.
Si el tiempo lo permite á las cuatro en punto se lidiarán 4 toros á muerte de la ganadería de Cieneguilla, un embolado con monedas en la frente para los aficionados y cuatro toros para coleadero que estarán á disposición del público.
Periódico El Tiempo del 9 de junio de 1887.
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Aficionado mexicano, que al frente de una cuadrilla de jóvenes, toreaba en 1887, matando y banderilleando, esto a caballo, con mucho arte y general aplauso.
Leopoldo Vázquez, América Taurina, 1898.
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Casi simultáneamente con los Niños Toreros arribó a la metrópoli otra cuadrilla titulada de Jóvenes Leoneses Toreros. Ese grupo ha de ser considerado predecesor legítimos de las cuadrillas que años después organizaron en León el banderillero español Antonio Antúnes, alias “Tobalo” y el también banderillero hispano Saturnino Frutos “Ojitos”.
En la Plaza “El Paseo” torearon una novillada –no becerrada—en la tarde del 31 de mayo. El conjunto de la cuadrilla fracasó. Solamente fue aplaudido el espada Rafael Calderón de la Barca. El torerito era de buena presencia, valiente y nada torpe. Igualmente que “El Gallito”, ofrecía madera de buen lidiador, era embrión de torero que podía desarrollarse y llegar a lozanía.
Así lo comprendió el espada aborigen Ponciano Díaz y le tomó a su cargo, haciéndolo entrar a su cuadrilla en calidad de banderillero.
Por ser valiente el mozalbete, no se arredró ante los toros corpulentos que lidiaba la cuadrilla de Ponciano, en la plaza de “Bucareli”. Prestamente, Calderón de la Barca se habituó a los torazos. Estaba en algunas corridas como banderillero el excelente Manuel Mejías “Bienvenida” –abuelo por línea paterna de los contemporáneos espadas españoles de apellido Mejías y de apodo “Bienvenida”, Pepe y Antonio--, quien cuidaba paternalmente al neófito. Igualmente hacía el veterano Carlos López, alias “El Manchado”, banderillero mexicano.
Con estos dos mentores y a la vez guardianes, Calderón de la Barca no tuvo percances, fue desarrollándose artísticamente y también en lo corporal con el transcurso de los meses, llegando a estar garrido, ágil y pleno de facultades. Se formó un peculiar modo de banderillear, que era un hibridismo entre las suertes de cuartear y la de a topa carnero, una manera muy emotiva por ser muy riesgosa. Motivaba que los espectadores se levantaran del asiento y se pusieran en pie, temerosos que Calderón de la Barca fuese cogido y tuviera grave cornada. Después surgía la ovación, premiando la destreza del banderillero.
Iniciaba la suerte de igual manera que la de cuartear, pero “consentía” al toro caminando pausadamente –andándole y dejándose ver--. De esa manera, forzaba al burel a que hiciera fuerte acometida. Cuando el toro arrancaba, Calderón se detenía, se paraba en la trayectoria de su marcha. Impávido aguantaba, haciendo únicamente hacia atrás una de las piernas –casi siempre la derecha--. De esa manera, ponía el cuerpo en escorzo –algo perfilado, no completamente.
Esa postura era la que esquivaba el hachazo y por consiguiente, el percance, muy grave. UN MOMENTO DE INDECISION, UNA TORPEZA EN LOS MOVIMIENTOS Y EL AUDAZ REHILETERO HUBIERA ESTADO PERDIDO. Su modo de banderillear era intuitivo, muy semejante al que había tenido en España aquel famoso rehiletero nombrado Angel López, de apodo “REGATERO” (de quien en diminutivo heredó el apodo Victoriano Recatero –no Regatero—“Regaterín”). Era asombroso el peculiar modo de banderillear que tenía Calderón de la Barca.
Por esa singularidad promovió las discusiones entre los críticos de entonces (algunos, mejores que los actuales; permítaseme la inmodestia para elogiar a los entonces mis coetáneos y amigos). Tuvieron polémica el docto de pseudónimo “Joseíto” (don José María Quijano, potosino, estudiante de Medicina), y don Antonio Calvo –también no ignaro en asuntos de técnica tauromáquica--, escritor por agrado, pues era capitalista, propietario de fincas urbanas.
Después de varios artículos –enteramente corteses—llegaron en convenir en que Rafael Calderón de la Barca banderilleaba “aguantando”, o sea en lance semejante a la suerte de estoquear que han denominado así. Yo no me adhiero ni rechazó la designación hecha por mis amigos.
Años después, hubo un banderillero –también leonés--, que fue copia de Rafael Calderón de la Barca en lo relativo al modo de banderillear. Ese rehiletero, que estuvo en la cuadrilla de Rodolfo Gaona, fue Pascual Ferro. Creyendo en el espiritismo y por ende en la reencarnación de las almas, probablemente en Pascual Ferro reencarnó el buen banderillero Rafael Calderón de la Barca.
Así como Gaona estimó a su conterráneo Ferro, Ponciano Díaz tuvo predilección por Calderón de la Barca. Cuando regresó de España el espada aborigen, Rafael fue llamado a la ciudad de La Habana para que estuviera en la corrida que en esa población, toreó el diestro mexicano. Calderón de la Barca no hizo desairado contraste al lado de Saturnino Frutos “Ojitos”, y éste conversaba asombrado del modo de banderillear que tenía el joven leonés. Cuando Ponciano se cortó la coleta, Calderón de la Barca se retiró a su ciudad natal. Entiendo –-no estoy seguro--, que años después falleció allí.
Roque Solares Tacubac, Mis Recuerdos Taurómacos.
Revista La Lidia, #31, del 25 de junio de 1943.
Muerte de un toreador.
Acaba de fallecer, pero no de cornada, sino de una congestión biliosa, en Orizaba, su tierra natal, el conocido y popular banderillero mexicano Rafael Calderón de la Barca.
Este hijo de la tauromaquia era muy valiente y sereno en los cosos, y había adelantado en la suerte en que es maestro el célebre Bienvenida.
El público aficionado á el arte de Montes ha (ilegible) mucho la temprana muerte del simpático y arrojado toreador.
La Patria, del 21 de enero de 1893.
Recibió la alternativa de manos de Ponciano Díaz en la Plaza de toros Bucareli el 7 de octubre de 1888.
Se lidiaron toros de Monte Negro (2), El Cubo (2) y Noria de Charcas.
Fuente: El Siglo Diez y Nueve del 8 de octubre de 1888.
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